La pizza es sinónimo de compartir y pasar un momento distendido, un símbolo reconocido de Italia en todo el mundo. Un plato con una historia milenaria que nunca ha dejado de evolucionar, aunque manteniéndose fiel a la tradición, defendida a capa y espada (y con los hornos encendidos) por los pizzeros napolitanos.
De la más famosa pizza Margarita, que toma su nombre de la reina Margarita de Saboya, a quien se la dedicó el famoso pizzero Raffaele Esposito allá por el año 1889, hasta las numerosas variantes que han proliferado a lo largo del tiempo, la Unesco declaró la pizza Patrimonio Mundial de la Humanidad en el 2017.
La «pizza alla pala» o pizza en pala propuesta por Andrea es una versión ideal para compartir, además de conservarse fácilmente. Apoyada sobre una larga pala de madera, puede servirse como aperitivo o como plato único, troceada con las manos y saboreada hasta el último bocado. Una vez cocinada la base, la cual desarrolla en el horno una porosidad intensa y un toque crujiente que la caracteriza, también puede conservarse en el congelador: una forma sencilla y práctica de tener siempre al alcance de la mano una pizza esponjosa y lista para rellenar.
Solo hay que dejar la pizza en el centro de la mesa para crear de inmediato un momento distendido, muchas veces anticipado por la fase en la que todos eligen los ingredientes y los condimentos.
Prefermento
Masa
El prefermento debe reposar de 12 a 16 horas, por lo que te aconsejamos que lo amases por la noche y lo conserves en el frigorífico toda la noche cubierto con una tapa. Al día siguiente, déjalo que se temple durante al menos una hora fuera del frigorífico y amásalo añadiendo la harina, el 50% del agua y la malta. Agrega el agua restante poco a poco, esperando siempre a que la masa la absorba antes de añadir más agua. Cuando queda poca agua añade la sal y, mientras sigues amasando, incorpórala. Cómo último ingrediente, añade el aceite.
Deja reposar la masa otros 5 minutos y trabájala (también varias veces) hasta que esté lisa, formando una bola. Lo ideal sería cerrar la masa a una temperatura entre los 20 y los 24 grados. Introdúcela en un recipiente engrasado cubierto con un paño húmedo (no debe penetrar aire y formar una costra) y espera a que la masa duplique casi su tamaño.
Una vez lista, vuelca la masa sobre la mesa de trabajo y divídela en tres partes.
Para darle forma, prepara un cuenco con la misma cantidad de harina «00» y sémola, y apoya la masa. Sujeta los bordes exteriores, extendiéndolos y uniéndolos en el centro, retira la masa a la encimera de trabajo y repite la operación un par de veces. Para terminar, enrolla la masa sobre sí misma cerrando bien todos los bordes y déjala dentro de un recipiente no demasiado estrecho con tapa o cubierto con un paño húmedo, hasta que haya doblado su tamaño.
Saca la masa del recipiente, vuélcala sobre la mesa llena de sémola y extiéndela presionando con las yemas de los dedos. Traslada la masa a la pala, apoyándola primero en el dorso de la mano para retirar la harina sobrante y después en la pala.
Precalienta el horno a la máxima temperatura y utiliza las resistencias de abajo y de arriba. Si tienes un horno con bloque de cocción ILVE, precalienta el horno a 300 grados en modalidad estática con la piedra refractaria posicionada en el primer nivel o elige la función Pizza. Esta función utiliza las tres resistencias de la forma más adecuada, por lo que es ideal para este tipo de cocción.
Rocía con aceite de oliva (si quieres rellenarla después) o con tomate, desliza la pizza de la pala a la piedra refractaria y hornéala durante 5/7 minutos, hasta que empiece dorarse la superficie de la pizza (asegúrate de que esté hecha por la parte inferior). Una vez fuera del horno, apóyala sobre una rejilla para que no se humedezca la parte inferior. Si quieres conservarla, espera a que se enfríe antes de congelarla.
Añade pulpa de tomate, mozzarella en daditos e ingredientes al gusto, cocinándola durante otros 10 minutos con el horno ventilado a 220 grados.